Padre Canillas
Con todos ustedes: El padre Canillas. Una de las leyendas más tenebrosas que existen en la ciudad de Jaén. Y aunque ahora la miremos con la perspectiva resabiada del S.XXI, si la miramos con los ojos de principio del S.XX podremos comprender que hecho insólito tuvo acobardada a la capital del Santo Reino.
Era una noche sin luna del otoño del barrio de la Merced en los albores del Siglo XX. Un muchacho camina con parsimonia volviendo de la reja de su novia, con la que ha estado un buen rato pelando la pava. No hay ni un alma por la calle, pero al rato de su caminar vislumbra una sombra por la calle Madre De Dios que viene en sentido contrario a él. Al acercarse, descubre que es un enjuto sacerdote que se protege del frío con una capa sobre su sotana negra. «Buenas noches Padre» dice el muchacho. El sacerdote se sobresalta, y palmeando con confianza su hombro le solicita ayuda para una misa de difuntos de urgente celebración en la cercana capilla del arco de San Lorenzo. El muchacho, creyente y supersticioso accede a actuar como monaguillo mientras en su cabeza acalla la voz que le dice que no son horas de misas con una frase de su madre «Las cosas del Señor, cuanto más mejor»
Estaban en plena celebración, cuando el sacerdote se arrodilla para consagrar. El muchacho, solícito, le ayuda alzándole la casulla. En ese preciso momento, el chaval se da cuenta que el sacerdote, en lugar de tobillos tiene dos canillas de una osamenta. El cura no era tal ¡sino esqueleto!
Sin pensar dos veces, salió corriendo presa del pánico buscando de donde guarecerse de tan fantasmal criatura. Llegando a la plaza de la Merced, vislumbra la silueta de un hombre, y da gracias al cielo porque se trataba de un sacerdote. Presa aún del pánico y sin aliento, confiesa a este hombre De Dios lo que ha vivido en esa oscura noche. El cura lo escucha interesado, con cara de preocupación en el rostro. Pero al finalizar su relato, torna el gesto de este en una expresión irónica mientras decía: «No serían unas canillas como estas» Y alzando su sotana, le mostraba unos horrorosos huesos descarnados y sin vida, igual que los del sacerdote de la Capilla de San Lorenzo.