Encuentro entre Lorca y Machado
Año 1916. Don Antonio Machado vivía en Baeza. Su compañía era su tristeza y nostalgia, socializaba poco más que las ocasiones que acudía a la tertulia en la botica. Su rutina era impartir clases a los agitados estudiantes de instituto. Esa era la vida de uno de los poetas más reconocidos de la España moderna.
En esta rutina irrumpe un joven granadino, acompañado de un grupo de estudiantes. Liderados por su profesor, Martín Domínguez Berrueta, vienen a conocer la monumentalidad de Úbeda y Baeza. El profesor amigo personal de su homólogo baezano, decidió propiciar un encuentro entre los alumnos y el maestro poeta en el casino de artesanos.
Lejos estaba Lorca del momento en el que se convertiría en poeta. En ese momento, sólo era un lector vóraz fascinado por los campos de Castilla del maestro Machado.
Hay un segundo encuentro, en la primavera 1917, en el que profundizan en su relación de amistad y admiración. Lorca incluso interpreta al piano una pieza mientras Machado recita.
Descripción de Baeza según Lorca
Lorca escribía así a su hermano después de su primera visita a Úbeda y Baeza:
«…era cuestión de vivir la pequeña ciudad, callejeando, asomándose al paisaje, entrando en el casino, charlando con los amigos locales que ya Federico tenía (…). No olvidaré la noche de grandes nubes y luna llena, sentados en la fuente de la Plaza de la Catedral. Un fuerte viento jugaba con las nubes y oscurecía e iluminaba alternativamente el paraje, ocultando o dando espectral relieve a la Catedral y el Palacio de Jabalquinto. Alguien evocó en aquel sitio la figura de San Juan de la Cruz. A pesar de la superior belleza y monumentalidad de Úbeda, nosotros preferíamos, sin saber bien por qué, el ambiente más recatado de Baeza»
En su obra,»Ciudad perdida», Lorca describe de manera muy personal la Baeza que conoció de la mano de Machado. He aquí un fragmento:
«Todas las cosas están dormidas en un tenue sopor…, se diría que por las calles tristes y silenciosas pasan sombras antiguas que lloraran cuando la noche media… Por todas partes ruinas color sangre, arcos convertidos en brazos que quisieran besarse, columnas truncadas cubiertas de amarillo y yedra, cabezas esfumadas entre la tierra húmeda, escudos que se borran entre verdinegruras, cruces mohosas que hablan de muerte… Luego un meloso sonido de campanas que zumba en los oídos sin cesar…, algunas voces de niños que siempre suenan muy lejos y un continuo ladrido que lo llena todo… La luz muy clara.
El cielo muy azul en el que se recortan fuertemente los palacios con oriflamas de jaramagos. Nadie cruza las calles, y si las atraviesa, camina muy despacio como si temiera despertar a alguien que durmiera delicadamente… Las yerbas son dueñas de los caminos y se esparcen por toda la ciudad tapando calles, orlando a las casas y borrando la huella de los que pasan. Los cipreses ponen su melancolía en el ambiente y son incensarios gigantes que perfuman el aire de la ciudad (…). De cuando en cuando palacios y casonas de un Renacimiento admirable…».
«…Una hoya inmensa cercada de montañas azules, en las cuales los pueblos lucen su blancura diamantina de luz esfumada. Sombríos y bravos acordes de olivares contrastan con las sierras, que son violeta profundo por su falda. El Guadalquivir traza su enorme garabato sobre la tierra llana. Hay ondulaciones fuertes y suaves en la tierra… Los trigales se estremecen al sentir la mano de los vientos…».
La fascinación del poeta del 27 por la luna es sabida por todos aquellos que disfrutamos con su lectura. En Baeza también encontró la manera de hablar de ella, en uno de los rincones que están en el recorrido de nuestra visita guiada: La puerta de la Luna. Federico García Lorca dejo escrito el por qué de su nombre: «porque únicamente la luna la bañaba con su mística luz»